Doce años: Chapter 2

Published Jan 14, 2013, 11:26:08 PM UTC | Last updated Jan 27, 2014, 11:10:39 PM | Total Chapters 16

Story Summary

Writen in spanish. SasuNaru. AU. Naruto es padre de Kyoko, y desde que su esposa Hinata murió se ha empeñado en criar a su hija de la mejor forma que puede, aun cuando Kyoko llega llorando de la escuela y acusa a un tal Kei Uchiha de hacer su vida miserable.

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Chapter 2: Chapter 2

Fandom: Naruto.

Calificación: mayores de 14 años.

Género: yaoi, drama, humor.

Declaración: el concepto y la idea original de Naruto pertenecen a Masashi Kishimoto.

Advertencias: todavía a salvo, pero habrá escenas yaoi por el medio y en el final.

 

 

Doce años

Capítulo 2

 

por Hikari Shiroki

 

 

 

Kei estaba acostado en su cama mirando el techo. Era una costumbre que había adoptado desde que su tío Sasuke había comenzado a cuidar de él por las tardes. No era que su padre no confiara en dejarlo al cuidado de una simple criada, sino que era más una excusa para lograr que Sasuke pasara siquiera dos horas de su vida envuelto con alguna parte del clan Uchiha. Además, Kei, al igual que su padre, odiaba tener servidumbre todo el día atestando su hogar y tener que dar órdenes innecesarias para cosas que él estaba perfectamente capacitado de hacer.

 

Su tío había sido un renegado. Prácticamente todo el clan se hacía eco de las andadas y escándalos que el hermano menor de su padre protagonizaba, y de más estaba decir que Sasuke Uchiha no se molestaba en pedir perdón por sus actos, o siquiera explicarlos, con lo cual su mera presencia imponía un fuerte silencio contra quienes pensaran en llamar su atención respecto a ellos. Kei había admirado esto de su tío hasta que tuvo ocho años. Momento en el cual su padre había tenido la brillante idea de hacer a Sasuke su «babysitter», como Itachi lo llamaba en tono de burla. Esto alteraba no solo a su hermano menor sino también a Kei, que de un tiempo a esa parte se sentía lo suficientemente mayor como para dejar de tener babysitters, aunque este fuera su admirado tío.


Pero el tiempo de admiración estaba en el pasado. Sasuke nunca había permanecido más de cinco minutos en la presencia de Kei hasta que este tuvo los ocho años descritos. Antes de eso, Kei no recordaba que Sasuke se hubiera dignado hablarle siquiera. Con la forzada convivencia juntos, desde sus ocho años, Kei aprendió una clara lección: Sasuke no lo soportaba. Lo cual ahora no le importaba en lo más mínimo ya que él tampoco lo soportaba a él, pero hacía que su padre hiciera una mueca de desaprobación de vez en cuando al verlos y esto hería el orgullo del pequeño heredero.


Su rutina era la de siempre, ninguno de los dos sabía cómo había empezado pero ya iba por más de cuatro años de una forma similar. Sasuke estaba en casa cuando Kei llegaba del colegio, Kei cogía algo de comer del refrigerador, que siempre estaba bien provisto, y se retiraba a su habitación. No salía de allí hasta que Sasuke se hubiera ido y su padre lo llamara para cenar. Sasuke, por su parte, no hacía gran cosa para mejorar su relación con su sobrino; cada vez que posaba sus ojos en él, estos se volvían fríos y desaprobadores; no que a Kei le importara mucho, había aprendido a vivir solo con la aprobación de su padre desde hacía mucho, pero lo molestaban enormemente en su propia casa.


Pero esa no era la razón por la que ese día en particular se encontraba sumido en sus reflexiones, nunca lo había sido, a decir verdad, Kei no prestaba más atención al asunto de su tío como la que le prestaba a un goteo molesto en el grifo de la cocina. Ese día en la escuela...


Kei entrecerró los ojos. Sentía algo extraño en su interior y no sabía lo que era. Nunca había tenido esa sensación en el pasado y le molestaba inmensamente. Tal vez se encontraba enfermo o algo, pero igual no podría hacer nada al respecto hasta que su padre llegara a casa. Kei había hecho un voto en silencio de nunca pedir ayuda de ningún tipo a su tío Sasuke y hasta ahora no había tenido necesidad de romper tales votos. Pero se sentía enfermo, de eso no había duda.


Quizá era algo que había comido, Kei trató de rehacer su día para encontrar el exacto momento en que el malestar había comenzado. Esa mañana se había levantado a la hora acostumbrada. Había tomado desayuno con su padre, café, tostadas y un par de huevos, Itachi había insistido en que tomara un vaso de jugo de frutas además, algo que ver con su nutrición y esas cosas, pero Kei no había sentido ningún malestar después de beberlo, casi había olvidado que lo había hecho en su recuento.

 

Después del desayuno y de vestirse con el uniforme, Kei fue llevado por su padre a la escuela. Itachi iba conduciendo ese día así que seguramente llegaría temprano a casa. Era una secuencia lógica de rutinas que le alertaban a Kei sobre la vida de su padre; por ejemplo, cuando Itachi salía apresurado —porque el caminar un poco más rápido de lo común era para Itachi Uchiha salir apresurado—, tenía una limusina esperando siempre en la puerta principal, Kei abordaba sin mayor preámbulos y su padre lo acompañaba hasta su escuela. Esa sola señal le decía que Itachi llegaría a casa excepcionalmente lejos de la hora habitual y que debía cenar solo, o a veces, cuando Sasuke no había encontrado excusa para zafarse, con su tío. Si Itachi además comenzaba a hablar por celular cuando estaban camino a la escuela, eso le indicaba que no volvería a dormir en toda la noche y que tendría que soportar la presencia de su tío hasta la mañana siguiente. Y eso era totalmente g.e.n.i.a.l.


Pero ese día Itachi lo había dejado en la escuela él mismo, había cogido el Ferrari en esa ocasión, seguramente porque era más amplio que los otros y no tenía muchas ganas de mirar a alguien conduciendo a su lado. Era un auto muy alto también. Cuando llegó a la escuela, el grupo habitual de niñas lo rodeó, deseándole los buenos días. Kei las pasó de largo y trató de ignorarlas mientras se dirigía a su salón de clases. Uno de los muchachos en su aula se le acercó inmediatamente. Kei escuchó sus murmullos un momento y luego dirigió su vista hacia la última carpeta. Kyoko Uzumaki estaba extrañamente sentada sin moverse, sus dos brazos apoyados en la mesa y su rostro apoyado entre sus manos, una expresión aburrida en su rostro.


Era bien sabido que Kei Uchiha y Kyoko Uzumaki eran enemigos. Ninguno de los dos aguantaba la presencia del otro y siempre estaban compitiendo entre sí para demostrar que el otro era un perdedor. Kei, que en otro momento y con otra persona, hubiera tomado tal actitud como infantil, no tenía reparos en usar los trucos más viles para devolverle alguna de las jugarretas que Kyoko tampoco tenía el reparo de gastarle. Esto los había metido en líos más de una vez a ambos —más que nada a Kyoko, ya que lo máximo que Kei recibía era una indicación para que volviera a tomar su asiento— y aunque era injusto, esto no detenía a Kyoko de sus pequeñas venganzas cada que tenía ocasión.


La enemistad había empezado inocentemente hacía cuatro años atrás. Kyoko había sido transferida súbitamente de otra escuela, una muy por debajo del nivel de la actual, y la clase entera había quedado conmocionada. En lugar de mostrarse tímida y reservada, como el resto de niñas solía sentirse cuando se encontraban solas y sin ningún amigo en su primer día de clases, Kyoko se las arregló para socializar con el resto de sus compañeras de una forma acelerada. Tanto que para el receso su carpeta estaba llena de bolsas de comida que sus nuevas amigas querían compartir con ella. Kyoko les contaba de todas las cosas que había hecho esa semana, ese año y en general cualquier cosa interesante que le hubiera pasado en su vida. Las niñas estaban extasiadas. Todas ellas habían sido criadas bajo la dura disciplina materna de niñas que tenían mucho dinero y responsabilidades a las cuales responder. Así que veían la libertad en la que Kyoko vivía como un paraíso terrenal. Además era extraño ver a una niña rubia y de ojos azules en su escuela. No era el tipo usual del país.


Por su lado, Kei Uchiha no le prestó más atención que el de a las demás niñas hasta que llegó la hora de gimnasia. Cuando se vio a la par de esta pequeña niña en la carrera de obstáculos. Usualmente las niñas corrían separadas de los varones, pero ese día su entrenador les había dicho que los separaría de otra forma. Kyoko y otra niña más se encontraban en el grupo de Kei y cuando el profesor dio la señal de partida, muy pronto, solo ambos se encontraban aún en competencia. Llegaron empatados ante el asombro de todos los demás compañeros que sabían que no cualquiera tendría la capacidad —y las agallas— de medirse con un Uchiha.


Kei estaba teniendo un mal día. En realidad estaba teniendo una mala semana desde que su padre le había asignado a Sasuke como su babysitter y Kei se había dado cuenta que su adorado tío no lo veía más que como a una molesta piedra en el fondo de sus botas. Pero su ánimo no iba a mejorar al empatar con una niña más pequeña que él y encima salvaje, si los saltos que daba eran alguna indicación.


Kyoko se acercó a Kei, quien aún recobraba el aliento, y le extendió la mano en un gesto demasiado varonil para una niña tan pequeña. Le dijo algo sobre que esperaba que fueran grandes amigos y Kei se enfureció. Primero retiró su mano con un golpe —si se esmeraba en parecer un niño, entonces se le trataría como tal— y luego le dijo que solo se había confiado porque estaba compitiendo contra los habituales idiotas de la escuela, que si se lo hubiera tomado en serio de ninguna forma una pequeña niña que más parecía un niño salvaje le hubiera podido siquiera seguir la sombra. Los demás niños lanzaron un gemido de sorpresa ante el comentario de Kei, estaban acostumbrados a lo cruel que podía llegar a ser el Uchiha y es por eso que, aunque admirado, siempre trataban de guardar una respetable distancia para evitar sus malos tratos. Pero les sorprendía que pudiera ser tan duro con una niña más pequeña que él y esperaban que en cualquier momento la pequeña se pusiera a llorar o algo peor.


Pero nunca se imaginaron la reacción que iban a presenciar exactamente dos segundos después que Kei Uchiha cerrara la boca. Kyoko sostenía un muy bien formado puño —cortesía de las enseñanzas de su abuelo Minato, muchas gracias— frente al cuerpo tirado en el suelo de un muy sorprendido Kei Uchiha, que se tomaba la mejilla aún sin creerse que el golpe de una niña lo hubiera tirado al suelo. Kyoko le comenzó a regresar todos los insultos, obviamente, y seguidamente lo retó a una nueva carrera, esta vez «en serio», si es que tenía las agallas de probar sus palabras.


Kei estaba furioso. Se levantó inmediatamente  y se puso en pie frente a la niña midiendo miradas con ella. Lamentablemente su profesor decidió que ese era el momento para detenerlos y amonestó fuertemente a Kyoko por su comportamiento, mientras excusaba de todo a Kei. Desde entonces una guerra fría entre ambos niños empezó en toda la escuela. Kyoko no era muy buena en las lecciones, pero sobresalía en deportes y era donde la mayoría de las veces medía tallas contra el Uchiha. Aunque esta competencia no era la única en la que se enfrascaban.


Al día siguiente y en venganza del golpe recibido, misteriosamente, una de las patas de la silla de Kyoko se dobló cuando esta se sentaba y cayó al suelo haciendo que su ocupante se golpeara la quijada en el proceso, sus amigas la auxiliaron inmediatamente, pero antes que Kyoko pudiera siquiera ponerse a razonar sobre la causa de su caída, la voz de Kei Uchiha, desde el otro extremo del aula, comentando sobre lo gordas y sin forma que eran algunas niñas y la poca consideración por el mobiliario escolar, marcaron al causante. Una vez más, un profesor entró a clases justo en el momento en que Kyoko iba a proveer de un certero golpe, silla rota incluida y todo, en la cabeza del heredero del clan Uchiha. La niña Uzumaki tuvo que pasar toda la tarde en la escuela después de eso, como castigo por su exabrupto.


Se vengó al día siguiente, cuando Kei se descuidó y dejó su almuerzo por un momento. Todo ese día se la pasó tosiendo y tomando agua, mientras Kyoko comentaba en voz alta —en voz muy alta— sobre los exóticos condimentos que su abuelo Minato le había traído de uno de sus viajes a las selvas del Amazonas.


Estas competencias y bromas pesadas continuaron sin interrupción cada día del año escolar durante cuatro años. Los profesores y tutores, que se daban cuenta de las jugarretas de ambos niños, no sabían cómo lidiar con el asunto. Habían hablado con la niña Uzumaki un millón de veces —Kei Uchiha estaba fuera de discusión— recomendándole, implorándole, que cesaran sus acciones o se verían en la necesidad de informar a sus padres. Kyoko obedecía por un tiempo, pero siempre lograba traerla de vuelta un comentario o una broma demasiado pesada por parte del Uchiha. De más estaba decir que ni Itachi o Naruto, los padres de ambos niños, tenían idea de la batalla campal que se celebraba en el colegio todos los días. Los niños incluso habían logrado crear bandos en la escuela. El bando Uchiha, dirigido por Kei, era el favorito. Siempre jugaba más sucio y nunca era detenido por las autoridades de la escuela. El bando Uzumaki, sin embargo, era el más desordenado y casi siempre era el que terminaba siendo atrapado.


Pero Kei se daba cuenta además que había comenzado a hablar con los niños en su escuela. Anteriormente a la llegada de Kyoko, toda su interacción con el resto de sus compañeros se limitaba a responder cortamente a alguna pregunta y a ignorarlos la mayor parte del tiempo. Después de eso, debido quizá a que necesitaba recolectar información de su enemigo sin ser descubierto, por una parte, o quizá porque necesitaba ideas frescas para una broma nueva algunas veces, por otro lado, Kei comenzó a socializar con sus compañeros. Los maestros veían su nueva interacción con ojos aprobadores y se hacían de la vista gorda algunas veces cuando se daban cuenta que ese cambio no se habría logrado sin la niña Uzumaki.


Por otro lado, Kyoko era una niña con una misión. Y esa misión era «traer abajo al Uchiha».

Por más crueles y despiadados que los comentarios, acciones y jugarretas del Uchiha fueran, ella tenía que devolverle el doble del insulto para sentirse mejor. A medida que fueron pasando los años, sus enfrentamientos se volvieron más pesados y las consecuencias mucho más difíciles de ocultar a los profesores o en casa. Pero ninguno de los dos quería dejar al otro con ventaja o se rehusaba a perder.


Ese día, Kyoko había preparado su última venganza contra el Uchiha y se había levantado muy temprano para llevarla a cabo. Pero algo no andaba bien con ella. Se sentía un poco mareada y le dolía el estómago, después de poner su plan en marcha se deshizo de la evidencia y se sentó a esperar sin muchos ánimos en su carpeta. Una de sus compañeras de escritorio la vio y le preguntó si se sentía bien. Kyoko le aseguró que estaba bien y se quedó callada el resto de la clase. Cuando Kei Uchiha llegó a clase, uno de sus compinches le fue inmediatamente a reportar las acciones del enemigo. Kei volteó a mirarla y ella apartó la vista inmediatamente con un gesto airoso.


Kei intercambió unas palabras con el otro niño y luego se dirigió a su asiento. Depositó primero su maleta y luego se sentó. Y Kyoko comenzó a reír. En voz muy alta. Kei sabía que ya había caído en alguna de sus trampas pero no sabía en cuál. De pronto sintió el olor. Pintura. Rayos. Mientras contemplaba airado las posibilidades de salir lo más orgullosamente posible de esa situación, las carcajadas de Kyoko comenzaron a subir de volumen. Todos en el salón miraban de uno a otro lado sin saber qué había pasado y esperando la revelación en cualquier momento. Pero no tuvieron tiempo de averiguarlo porque el profesor entró en el aula y comenzó la clase. Al cabo de un rato, Kyoko levantó la mano y pidió permiso para irse a lavar las manos al baño, Kei se reprimió de voltear y lanzarle una de sus potentes miradas Uchiha.


Pero al término de la clase, Kyoko no había regresado y el maestro envió a una de sus compañeras a buscarla. La muchacha volvió unos minutos después, le susurró unas palabras al profesor en el oído y luego de hacerle un gesto de asentimiento la envió a sentarse. Kei se preguntaba qué podría haberle pasado a la pequeña delincuente que la disculpara de las clases y enviando una mirada táctica a uno de sus compañeros lo envió a averiguar lo sucedido.


La hora de gimnasia fue reconfortante. Le permitió a Kei cambiarse el uniforme sin que nadie sospechara nada y salir de su embarazoso predicamento. Ahora solo tendría que deshacerse de la carpeta recién pintada mientras el resto de sus compañeros estaban en el gimnasio. Pero cuando entró a clases, se encontró frente a frente con Kyoko sentada sin moverse en su carpeta. Vestía la ropa de gimnasia pero parecía no tener ninguna intención de dejar el salón. Ambos se miraron por un segundo y luego desviaron sus cabezas al unísono. Kei se dirigió hacia su carpeta y levantándola con dos hojas de papel la sacó sin mucho esfuerzo hacia el pasillo. Luego se dirigió al salón frente al suyo y sacó una nueva carpeta. Cuando llegó nuevamente a su aula, Kyoko había desaparecido. Kei depositó su nueva silla en lugar de la anterior y después de unos segundos de reflexión, se dirigió al escritorio deshabitado de su compañera.


Una vez que la clase de gimnasia terminó y los demás niños regresaron a clases, notaron que tanto Kei como Kyoko aún vestían sus trajes de gimnasia y ninguno de los dos había asistido a esa clase. Se imaginaban que era parte de alguna de las trampas que usualmente se ponían entre ellos mismos, así que no dijeron nada al respecto.


A la hora del almuerzo no surgió el intercambio habitual de insultos, aunque muchos lo esperaban después de que uno de los informantes de Kei fuera y le susurrara algo al oído y este le diera una orden. El almuerzo terminó sin mayor altercado y ambos bandos estuvieron un poco decepcionados al respecto.


Kei recordaba que había almorzado un poco de calamar frito y crema de espárragos, había bebido un jugo en lata y una barra de granola. No había sentido ningún malestar después de comer esto tampoco.


Las clases continuaron después del almuerzo y no ocurrió nada extraordinario en ellas. A la hora de salida, sin embargo, unas compañeras de Kyoko se acercaron a ella preguntándole si quería regresar a casa juntas. Kyoko las rehusó amablemente diciéndoles que tenía que ir a otro lugar ese día, estaba tan entretenida buscando algo en su maleta que no se dio cuenta quién se encaminaba hacia ella y se paraba en sus espaldas. Aunque el resto de sus compañeros sí que se habían dado cuenta y esperaban que en cualquier momento, en alguna parte, una bomba detonara.


—¿Se te ha perdido algo?

 

La voz de Kei llegaba calmada, casi plácida a sus espaldas. Kyoko comenzó a sudar frío, pero no contestó. Tampoco volteó o hizo algún gesto que delatara que había escuchado al Uchiha.


—¿Sabes? —prosiguió Kei sacando algo a sus espaldas que provocó que todos los niños en el salón comenzaran a reír. Aunque las demás niñas conservaron un silencio sepulcral—, es increíble que hasta un mono como tú pueda tener necesidad de cosas como esta —Kyoko vio a su lado el brazo del Uchiha y frente a ella el paquete que había estado buscando. Cerró los ojos y se puso muy roja—. Aunque en tu caso es un claro error de la naturaleza porque, enfrentémoslo, tú nunca encontrarás a alguien que se apiade lo suficiente de ti como para engendrar ningún hijo.


Kyoko vio rojo. Abrió los ojos desmesuradamente y volteándose le dio una soberbia bofetada en el rostro al Uchiha. Kei no se inmutó, estaba casi preparado y condicionado a recibir los eventuales golpes que la cosa Uzumaki lograba conectarle de vez en cuando. Pero eso no impidió que una sonrisa burlona se formara en sus labios inmediatamente.

 

—Si tanto lo quieres —continuó Kei como si no hubiera ocurrido nada—, te lo devuelvo.


Y acto seguido, entre las risas de sus demás compañeros, los rostros petrificados de las niñas y la cara muy pálida de Kyoko, comenzaron a llover —literalmente— miles de paquetitos iguales a los que hasta hace un momento Kei sostenía frente a la otra niña. Lo que en realidad había pasado era que Kei había organizado a todo el bando Uchiha para prepararse a despedirla con «felicitaciones» al final de ese día. Y durante toda su carrera fuera del edificio de la escuela Kyoko recibió la avalancha del regalo del Uchiha.


Kei se había sentido muy satisfecho con su venganza de regreso a casa, y hubiera continuado así de no ser porque en medio del camino de regreso una Kyoko completamente desconocida se había parado frente a él y le había atinado un buen golpe en el estómago, después de gritarle que lo odiaba y alejarse corriendo.


Sabiamente, Kei concluía que su malestar actual debía provenir del golpe que había recibido ese día, y aunque le dolía en su orgullo admitir que el puño de una niña lo había dejado maltrecho, era la única conclusión a la que podía llegar como la causante de su enfermedad. Ciertamente ver al pequeño mono llorando, cosa que nunca había presenciado en toda su vida, y saber que él era el causante directo de esa situación extraordinaria no tenía nada que ver con...


Kei puso una de sus manos sobre sus ojos y los apretó fuertemente. Rayos.


La puerta de su habitación fue abierta de pronto y cuando Kei se incorporó a toda prisa, un poco avergonzado de haber sido encontrado en una posición tan poco digna y molesto por la repentina intrusión, se encontró frente a frente con su padre. No se había dado cuenta que ya era la hora de la cena.


—Kei, necesito hablar contigo —la voz de Itachi era neutral, como siempre, pero había algo en la expresión de sus ojos que le decían que no estaba muy contento en ese momento.


Kei se puso de pie y adoptó la misma posición que su padre, con los brazos a los lados de su cuerpo, completamente rígido.


—¿Ha pasado algo en la escuela?

 

Kei no podía creer que alguno de sus compañeros lo hubiera delatado. ¿O sería algún profesor que por fin tenía el valor de llamar a su padre? Itachi esperaba la respuesta sin mostrar ninguna emoción, así que Kei comenzó a contarle lo que había estado sucediendo.


Después de un buen rato en que solo la voz de Kei se escuchó en la habitación, finalmente la historia terminó. Itachi depositó una de sus manos sobre la cabeza de su hijo y no le dijo nada por unos segundos.


Kei esperaba que su padre lo castigara, que quizá por primera vez en su vida le levantara la voz y le dijera lo decepcionado que estaba de él. Se lo merecía. Sabía que su tío Sasuke estaría feliz al saberlo... el viejo estúpido.


Pero Itachi retiró su mano y se dirigió a la puerta.

 

—Estás arrepentido, ¿no es así? —y esperó a que su hijo asintiera con la cabeza antes de continuar— Debes disculparte.

 

Fue como si la palabra «disculparse» perdiera todo significado cuando salía de la boca de su padre. Por un momento, Kei no lo entendió, tan alienada estaba esa palabra saliendo de los labios de Itachi Uchiha.

 

—El padre de Kyoko está aquí —le informó como tiro de gracia.


Kei estuvo a punto de ser indigno de los Uchiha, por un momento deseó que su padre no lo estuviera viendo para así poder meterse dentro de los cobertores de su cama y esperar que todos sus problemas se resolvieran solos. Pero para su calamidad, Itachi seguía allí, con la puerta abierta, esperando que su hijo, su único hijo, su adoración, tuviera el valor de salir de su habitación. Kei en realidad se sentía completamente humillado. Pero más que nada, se sentía aterrado. Itachi esperaba algo de él que tal vez en esta ocasión su hijo no podría cumplir. Finalmente, sin estar del todo decidido aún, pero por temor a Itachi, Kei salió de su habitación.


Cuando llegó a la sala, lo primero que vio fue a su tío Sasuke sentado en el mismo sillón que el padre de Kyoko, ya que ese hombre no podía ser otro que el padre de Kyoko. Era como si alguien hubiera tomado una máquina de clonación y hubiera alterado el ADN para crear una copia exacta de Kyoko en forma adulta, ah, y masculina. El padre de Kyoko detuvo su plática con Sasuke al ver llegar a Kei, y el cerebro de este estaba demasiado aturdido como para notar que había encontrado a su tío Sasuke «conversando» con alguien, no solo sus monosílabos habituales, sino palabras completas. Aunque Itachi diría que más que palabras eran interrogaciones dignas de los sabuesos de reconocimiento entrenados en la rama militar de los Uchiha. Tal vez su hermano sí tenía futuro, después de todo.


—Señor Uzumaki —comenzó a decir Itachi apoyando ambas manos en los hombros de Kei—, mi hijo Kei está arrepentido de lo que ha hecho. Su hija merece una disculpa y Kei se la dará mañana mismo en la escuela.


Sasuke por poco y se va de espaldas en su asiento, siendo este el principal causante de que algo tan indigno para el Uchiha en verdad sucediera. Naruto, por otro lado, se puso de pie y se adelantó hacia Kei. El pequeño niño levantó su mirada hacia él cuando lo vio muy quieto.


—Sé que Kyoko te ha estado devolviendo los favores en la escuela también. Pero espero que esto no vuelva a comenzar otra vez. Yo hablaré con ella y espero que tú seas lo suficientemente hombre como para no caer en nuevas provocaciones.


Itachi entrecerró los ojos y Sasuke se puso de pie inmediatamente. Esto no pintaba nada bien.


Pero antes que ninguno de los dos pudiera intervenir, Kei levantó la voz. Tan firme como la de su padre.

 

—Lo siento, no volverá a ocurrir.


Dos pares de ojos Uchiha se quedaron mirando a Kei totalmente sin habla. Naruto se agachó un poco a su altura y le devolvió una pequeña sonrisa.

 

—Está bien, sé que estás arrepentido y eso es algo de admirar en alguien tan pequeño.


Sasuke miraba a su sobrino como si fuera un extraterrestre que estuviera suplantándolo, o como si estuviera poseído por algún espíritu. Kei simplemente desvió la mirada avergonzado. Naruto se incorporó nuevamente, esta vez les dedicó una sonrisa de despedida y se encaminó hacia la puerta. Sasuke lo siguió inmediatamente y se empeñó en acompañarlo hasta su auto. Cuando estuvieron solos, Itachi finalmente soltó los hombros de su hijo y le preguntó si tenía hambre. Solo en ese momento, Kei se dio cuenta que su estómago había dejado de dolerle.


En el estacionamiento, Naruto le indicó a Sasuke que no necesitaba un aventón a su casa porque había venido en su propio auto. Sasuke vio el auto de Naruto cuando estuvieron frente a él y el joven padre abrió la puerta. No comentó nada sobre él y se limitó a esperar a que Naruto entrara, observándolo desde la acera con las manos en los bolsillos de su pantalón.

 

Naruto observaba que los pocos transeúntes que pasaban se quedaban mirando a al tío de Kei embobados, pero el Uchiha no parecía notar nada al respecto. Cuando Naruto se hubo sentado en su auto y se ponía el cinturón de seguridad, Sasuke dio dos golpes a la ventana de su asiento. El otro hombre bajó el vidrio despacio mientras trataba de comprender a qué venía la insistencia de ese tipo en hablar con él y preguntarle cosas tan extrañas.


—Bueno, muchas gracias por todo, y disculpa las molestias —después de esperar alrededor de cinco segundos a que Sasuke dijera algo, Naruto tuvo que comenzar a despedirse nuevamente—, y... espero que te vaya bien.


Sasuke asintió con la cabeza una vez y levantó la mano en señal de despedida. Fue todo lo que necesitó Naruto para encender su auto y salir de ahí a toda prisa. Realmente, Sasuke Uchiha lo ponía nervioso.


Por su lado, Sasuke se quedó mirando el pequeño auto alejándose lentamente. Como si hubiera salido de un trance al no tener la presencia del ángel a su lado, comenzó a recorrer todos los acontecimientos de esa noche. Naruto le había parecido encantador y, si no fuera porque todas las pruebas estaban en contra —después de todo, Naruto tenía una hija de la edad de Kei—, Sasuke hubiera dicho que el joven padre sería una presa fácil. Daba igual, pensó Sasuke sonriendo, mientras más difícil fuera el juego más interesante era jugarlo y mucho más placentero obtener una victoria.

 

-...-

 

+++++++++++

Estos primeros capítulos casi que no dan problemas, son los últimos (los apurados) que me he pasado reeditando por meses... En fin, mañana otro.

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